martes, 29 de abril de 2008

Trascender la pérdida

AUTORA: Daniela Borzino

Trascender la pérdida

Aún resonaban en los pasillos los festejos del 25° aniversario del colegio cuando una sombra espesa, colmada de dudas interfirió nuestros proyectos para el siguiente año lectivo, el 2007. Chicos, padres y docentes nos vimos rodeados por un rumor que crecía en sus efectos desbastadores a medida que el año escolar avanzaba. “El San Lucas cierra”, “Ya vendieron el edificio” “¿A qué colegio vas a parar?” se repetían en cada rincón donde dos o más integrantes de la institución nos reuniéramos.
Pero era sólo eso, un rumor. Ninguna información fehaciente. Sólo, sospecha. La perspicacia agudizada al tratar de buscar indicios, sutiles cambios en el accionar de los directivos que confirmaran nuestra inquietudes.
Los meses corrían la carrera inexorable hacia el final de año y la preocupación cobraba vida en los gestos de los profesores y en la angustia de los chicos. Perdíamos la contención, el punto de referencia, el sitio de contacto que durante tantos años nos había nucleado y amalgamado; de esa extraña manera que tienen las comunidades educativas de ir influyendo en cada uno de los integrantes hasta lograr el sentimiento de pertenencia y pertinencia de casi todos los implicados.
En el día a día se elaboraba un duelo rígido e irremediable: el de la despedida. Aunque ninguna voz oficial lo confirmaba, el cierre decantaba en cada gotera y en esos pesados silencios, puntos suspensivos con los que acostumbrábamos terminar las oraciones de mitad de año…
En medio de nuestro desconcierto los profes nos preguntábamos “¿Cómo lograr enseñar en este contexto?, ¿Cómo re-significar el aprendizaje frente al sentimiento de derrota que nos consumía?” Y más importante aún, si el final se acercaba “¿cómo llegar hasta él con dignidad?”.
Tácitamente, emprendimos este desafío y, armados de nuestros conocimientos, enfrentamos los molinos de viento. Así fue que una estrategia canalizó mis angustias: tomar distancia del problema y dedicarme a observar otras realidades. La motivación se convirtió en proyecto y éste, en un plan de trabajo que constituyó un eje rector para la asignatura de Biología de tercer año. La hambruna de respuestas se tradujo en una investigación sobre la alimentación.
La planificación anual tomó vida y se adaptó a las nuevas necesidades de nuestra comunidad educativa. La noción de calidad nutricional guió la propuesta y la web, las herramientas para conocer la situación alimentaria de otras regiones de nuestro país.
Al reflexionar sobre otros entornos educativos, otras realidades sanitarias, nuestro dolor tomo perspectiva y la investigación construyó un camino para que una pregunta aflorara en los chicos: “¿Qué podemos hacer en el San Lucas para ayudar?”
El planteo me alcanzó. Me sentí comprometida a buscar hacia dónde canalizar este compromiso. Recordé una charla a la que asistí dada por una instrumentista del Hospital Pirovano que comentaba sobre la labor que un grupo de profesionales de la salud desarrollaban en dos escuelas rurales de Santiago del Estero.
Contactos realizados, propuesta plasmada en papel y la luz verde para que el plan trascendiera de las puertas del aula y se convirtiera en una campaña de la comunidad educativa, en la que los chicos de tercer año se convirtieron en los portadores. Los afiches alcanzaron las paredes, una carta invitando a la participación y numerosos fundamentos sobre la importancia de reunir leche entera fortificada en polvo para mejorar la calidad nutricional de los chicos de Santiago.
A diferencia de otras campañas solidarias, ésta estaba destinada a chicos que alcanzamos a conocer mediante las fotografías y cartitas de agradecimiento que los médicos del hospital atesoraban. Pero, la descripción que realizo aquí cae en el reduccionismo de las frases hechas. Me resulta difícil de expresar la emoción que estas imágenes trasmitían. El encuentro de los médicos con los ahijados superaba la estática de las fotografías. La alegría destilaba de las flores de colores pegadas a las cartas de agradecimiento que los padrinos nos mostraron.
De esa manera la colecta se resignificó. De alguna manera, habíamos dibujado en nuestra mente el rostro de la persona para la que estábamos trabajando.

Vale la pena registrar

Quiero en este punto detener el relato sobre nuestra campaña para comentar unos hechos que me han sorprendido y que considero son dignos de registro.
Cuando llegó el momento de entrevistar a los doctores, una dificultad técnica nos alcanzó. Sólo podrían ir hasta el hospital diez alumnos. Como forma justa de selección de los integrantes del equipo utilicé el sorteo. Así fue que, rigurosamente, los diez nombres de los afortunados fueron escritos en el pizarrón. Al darme vuelta, caras apesadumbradas se escondían. Leila, Mercedes y Natalia quedaron afuera. El azar no tuvo en cuenta los esfuerzos ni la intensidad en las motivaciones personales.
El resto festejaba. Los profesores sabemos que toda salida didáctica está acompañada por una satisfacción personal a la que ningún estudiante puede escapar: la pérdida de horas. Ya estaba lista para escuchar un desliz en algún comentario que demostrara esta segunda intención cuando la respuesta obtenida me frenó:
“Profesora, Mercedes trabajó más que yo en la promoción. Debería ir ella en mi lugar”. No pude menos que valorar el gesto de compañerismo de Luciano que se había puesto en lugar del otro. Así fue que cambié los nombres y no terminé de sustituirlos cuando Agustín hizo lo mismo por Leila y Soledad le dio su lugar a Natalia. El grupo quedó así conformado. La solidaridad superó las limitaciones del modelo de sorteo que había propuesto…

A punto

La promoción terminó. Todos los niveles colaboraron y las cajas se fueron apilando. A las necesidades nutricionales mencionadas se agregó un pedido concreto de los médicos. Bufandas, guantes y medias para reconfortar las caminatas por las sierras hasta la escuela.
Y de esta manera nos sorprendió Octubre, fecha en que los médicos destinaban parte de su licencia de vacaciones para realizar la atención primaria de la salud entre sus ahijados y momento en que nos despedimos de los materiales que habíamos acopiado.
Pero también, fue el mes en que nuestros temores se encarnaron en la confirmación del cierre definitivo. Como el estallido de una gota de agua que cae en el suelo deshidratado, nuestra comunidad perdía asidero y se disgregaba, buscando una nueva identidad, un nuevo sentido de pertenencia al que aferrarse.
Pero, a diferencia del comienzo, el duelo se sobrepuso al dolor y adquirió un sentido trascendente. Una parte del San Lucas se encontrará en la próxima campaña junto, a los médicos del Pirovano.

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