domingo, 21 de diciembre de 2008

Identidad equivocada

AUTOR: Julio César Caraballo

Desde muy pequeño escuché la frase “somos únicos e irrepetibles”, pero como muchas de las cosas que oímos las dejamos y no le damos trascendencia hasta que nos pegan profundo o nos conmueven por alguna experiencia en particular. Por ello, después de lo que me sucedió, insisto con más énfasis “somos únicos e irrepetibles”.
Con un bagaje muy importante de inexperiencia comencé mi labor docente, creído que oír es lo mismo que escuchar, desarrollé la primera parte de mis clases escuchándome y no prestando la debida atención a la otra parte de esa construcción, los alumnos. Por formación o deformación creía que la clase magistral era lo que le daba cabida al conocimiento y que, como un recipiente, una vez llenos de mi saber iban a trascender de la ignorancia a la sapiencia sin escalas.
Si bien nadie me había enseñado, creo que el sentido común debía haberme orientado, pero no lo hizo y mirando el horizonte y siguiendo la lista hacía participar a los alumnos, pero convencido que en realidad poco iban a aportar y que su intervención era más para saber si habían prestado atención o peor aún para comprobar que no lo habían hecho.
Recorría la lista una y otra vez de arriba hacia abajo y a la inversa para que todos y cada uno se sintiera convocado a intervenir, pero no prestaba la atención necesaria, ni en la persona, ni en la propia reflexión hecha por el alumno y tomaba sus palabras para acotar, agregar o parafrasear sobre lo ya explicado.
Este equívoco pedagógico se complementaba con el hecho que leía, siempre, de la lista los apellidos de los alumnos y no reparaba lo suficiente para recordarlos, lo que se observaba como un trato aún más despersonalizado.
Muchas veces esta situación se exacerbaba cuando el alumno presentaba algún tipo de conflictividad, sea ello que era conversador, contestatario, indolente o cualquier postura no esperada o aprobada por mí.
Allí aparece en escena Guido, que por supuesto no lo conocía por su nombre de pila, a lo sumo repetía su apellido para que en forma casi permanente contestara mal a mis requerimientos y se quejara permanentemente de algo que yo, no le entendía.
Para completar una descripción de cómo yo lo catalogaba hasta aquel momento, era un alumno inquieto, contestador, siempre estaba en la línea de fuego, por una u otra razón me incomodaba y personalmente yo entendía que ese sentimiento era mutuo.
Así, con esa carga emocional cotidiana, igualmente en las clases lo confrontaba:
- Plamer, ¿qué acabo de explicar?; ¿puede repetirlo?
Casi desoyendo, porque intuía que su inquietud y displicencia lo llevaba a no prestar atención, con pocas ganas escuchaba:
- Profesor, yo quería decirle primero que…
- Plamer, no me explique lo que Usted quiera, solamente responda a mi pregunta. ¿tengo que decirle nuevamente las cosas?
- Profesor, si Usted me permite, primero me interesaría…
- Listo Plamer, sigamos con el que está después en la lista porque veo que no nos pondremos de acuerdo.
Y Guido se refugiaba como podía en su silencio y la clase se desarrollaba a un ritmo que erróneamente marcaba desde mi propia equivocación.
Así se repitió la escena durante varias clases, cuando llegaba al lugar de la lista donde Guido debía intervenir, se desarrollaba la escena casi calcada:
- Plamer, ¿puede decir algo de lo explicado en la clase?
- Profesor, yo quería…
- Plamer, ¿puede o no puede aportar algo?
- Profesor, si Usted me permite…
Y el diálogo se interrumpía nuevamente hasta que la lista de alumnos intervinientes recayera en la letra P.
Una tarde de agosto, ingresé a la clase y lo vi a Guido mal sentado y hablando locuazmente durante el momento del saludo. Esta situación, sumada a su poca disposición habitual hizo que me enojara y comencé a decirle:
- Plamer, ¿puede ser posible, ahora ni siquiera me saluda cuando ingreso en la clase?
- Profesor, discúlpeme, pero yo quería…
- Plamer, ¿ahora, también tiene algo que decir?, ¿siempre va a ser así? Terminela, no siga con esto, por favor.
Y bajé el tono, superado con lo que yo entendía como una insolencia. Mientras que en el silencio del aula se colaba la frase de Guido que apenas murmuraba:
- Profesor, yo no me llamo Plamer, mi apellido es Palmer y es lo único que le quería aclarar.
Aquel día recibí una verdadera lección y Palmer me hizo entender que mi postura era académicamente insostenible. Le pedí disculpas al alumno, pero me fui de allí sintiéndome muy pequeño y sabiendo que en realidad desde aquella postura no podía enseñar y de hecho no enseñaba nada.
Desde ese momento leo atentamente los apellidos de mis alumnos antes de la primer clase y los memorizo a partir de la segunda, método que me ha dado muy buenos resultados porque los alumnos se sienten reconocidos y apreciados. En la mayoría de los casos les pregunto sobre el origen de sus ancestros y esto motiva un acercamiento mayor y hasta los incentiva a hablar con sus mayores sobre el tema. Aún más importante es que desde aquel día dejo que mis alumnos terminen sus frases, no los interrumpo y muchas veces indago si no tienen nada que agregar. Palmer, Guido, ese muchacho díscolo e inquieto me enseñó a escuchar atentamente a los alumnos y a entender que la base de la comunicación más que en lo que se dice está en la actitud y disposición que se pone al hacerlo.
Entendí, a fin de cuentas, que en el rompecabezas de la vida, poner mal una ficha es una equivocación grave y a partir de ese instante he tratado permanentemente de no repetirlo.

martes, 29 de abril de 2008

Trascender la pérdida

AUTORA: Daniela Borzino

Trascender la pérdida

Aún resonaban en los pasillos los festejos del 25° aniversario del colegio cuando una sombra espesa, colmada de dudas interfirió nuestros proyectos para el siguiente año lectivo, el 2007. Chicos, padres y docentes nos vimos rodeados por un rumor que crecía en sus efectos desbastadores a medida que el año escolar avanzaba. “El San Lucas cierra”, “Ya vendieron el edificio” “¿A qué colegio vas a parar?” se repetían en cada rincón donde dos o más integrantes de la institución nos reuniéramos.
Pero era sólo eso, un rumor. Ninguna información fehaciente. Sólo, sospecha. La perspicacia agudizada al tratar de buscar indicios, sutiles cambios en el accionar de los directivos que confirmaran nuestra inquietudes.
Los meses corrían la carrera inexorable hacia el final de año y la preocupación cobraba vida en los gestos de los profesores y en la angustia de los chicos. Perdíamos la contención, el punto de referencia, el sitio de contacto que durante tantos años nos había nucleado y amalgamado; de esa extraña manera que tienen las comunidades educativas de ir influyendo en cada uno de los integrantes hasta lograr el sentimiento de pertenencia y pertinencia de casi todos los implicados.
En el día a día se elaboraba un duelo rígido e irremediable: el de la despedida. Aunque ninguna voz oficial lo confirmaba, el cierre decantaba en cada gotera y en esos pesados silencios, puntos suspensivos con los que acostumbrábamos terminar las oraciones de mitad de año…
En medio de nuestro desconcierto los profes nos preguntábamos “¿Cómo lograr enseñar en este contexto?, ¿Cómo re-significar el aprendizaje frente al sentimiento de derrota que nos consumía?” Y más importante aún, si el final se acercaba “¿cómo llegar hasta él con dignidad?”.
Tácitamente, emprendimos este desafío y, armados de nuestros conocimientos, enfrentamos los molinos de viento. Así fue que una estrategia canalizó mis angustias: tomar distancia del problema y dedicarme a observar otras realidades. La motivación se convirtió en proyecto y éste, en un plan de trabajo que constituyó un eje rector para la asignatura de Biología de tercer año. La hambruna de respuestas se tradujo en una investigación sobre la alimentación.
La planificación anual tomó vida y se adaptó a las nuevas necesidades de nuestra comunidad educativa. La noción de calidad nutricional guió la propuesta y la web, las herramientas para conocer la situación alimentaria de otras regiones de nuestro país.
Al reflexionar sobre otros entornos educativos, otras realidades sanitarias, nuestro dolor tomo perspectiva y la investigación construyó un camino para que una pregunta aflorara en los chicos: “¿Qué podemos hacer en el San Lucas para ayudar?”
El planteo me alcanzó. Me sentí comprometida a buscar hacia dónde canalizar este compromiso. Recordé una charla a la que asistí dada por una instrumentista del Hospital Pirovano que comentaba sobre la labor que un grupo de profesionales de la salud desarrollaban en dos escuelas rurales de Santiago del Estero.
Contactos realizados, propuesta plasmada en papel y la luz verde para que el plan trascendiera de las puertas del aula y se convirtiera en una campaña de la comunidad educativa, en la que los chicos de tercer año se convirtieron en los portadores. Los afiches alcanzaron las paredes, una carta invitando a la participación y numerosos fundamentos sobre la importancia de reunir leche entera fortificada en polvo para mejorar la calidad nutricional de los chicos de Santiago.
A diferencia de otras campañas solidarias, ésta estaba destinada a chicos que alcanzamos a conocer mediante las fotografías y cartitas de agradecimiento que los médicos del hospital atesoraban. Pero, la descripción que realizo aquí cae en el reduccionismo de las frases hechas. Me resulta difícil de expresar la emoción que estas imágenes trasmitían. El encuentro de los médicos con los ahijados superaba la estática de las fotografías. La alegría destilaba de las flores de colores pegadas a las cartas de agradecimiento que los padrinos nos mostraron.
De esa manera la colecta se resignificó. De alguna manera, habíamos dibujado en nuestra mente el rostro de la persona para la que estábamos trabajando.

Vale la pena registrar

Quiero en este punto detener el relato sobre nuestra campaña para comentar unos hechos que me han sorprendido y que considero son dignos de registro.
Cuando llegó el momento de entrevistar a los doctores, una dificultad técnica nos alcanzó. Sólo podrían ir hasta el hospital diez alumnos. Como forma justa de selección de los integrantes del equipo utilicé el sorteo. Así fue que, rigurosamente, los diez nombres de los afortunados fueron escritos en el pizarrón. Al darme vuelta, caras apesadumbradas se escondían. Leila, Mercedes y Natalia quedaron afuera. El azar no tuvo en cuenta los esfuerzos ni la intensidad en las motivaciones personales.
El resto festejaba. Los profesores sabemos que toda salida didáctica está acompañada por una satisfacción personal a la que ningún estudiante puede escapar: la pérdida de horas. Ya estaba lista para escuchar un desliz en algún comentario que demostrara esta segunda intención cuando la respuesta obtenida me frenó:
“Profesora, Mercedes trabajó más que yo en la promoción. Debería ir ella en mi lugar”. No pude menos que valorar el gesto de compañerismo de Luciano que se había puesto en lugar del otro. Así fue que cambié los nombres y no terminé de sustituirlos cuando Agustín hizo lo mismo por Leila y Soledad le dio su lugar a Natalia. El grupo quedó así conformado. La solidaridad superó las limitaciones del modelo de sorteo que había propuesto…

A punto

La promoción terminó. Todos los niveles colaboraron y las cajas se fueron apilando. A las necesidades nutricionales mencionadas se agregó un pedido concreto de los médicos. Bufandas, guantes y medias para reconfortar las caminatas por las sierras hasta la escuela.
Y de esta manera nos sorprendió Octubre, fecha en que los médicos destinaban parte de su licencia de vacaciones para realizar la atención primaria de la salud entre sus ahijados y momento en que nos despedimos de los materiales que habíamos acopiado.
Pero también, fue el mes en que nuestros temores se encarnaron en la confirmación del cierre definitivo. Como el estallido de una gota de agua que cae en el suelo deshidratado, nuestra comunidad perdía asidero y se disgregaba, buscando una nueva identidad, un nuevo sentido de pertenencia al que aferrarse.
Pero, a diferencia del comienzo, el duelo se sobrepuso al dolor y adquirió un sentido trascendente. Una parte del San Lucas se encontrará en la próxima campaña junto, a los médicos del Pirovano.

La lógica con afecto entra


AUTOR: Julio César Caraballo


Introducción


El título es una especie de juego de palabras con el famoso dicho de antaño, aun utilizado “la letra con sangre entra”. Quiere resumir mi experiencia sobre las ciencias exactas, es decir, la aridez de la materia solamente se suaviza con la calidez de poder compartirla entre personas conectadas profundamente por el respeto, la confianza y el cariño.
Si bien el texto relata una experiencia directa mía, está escrito en tercera persona dado que muchas de las vivencias y sentimientos relatados de la alumna fueron expresados en conversaciones posteriores a los hechos; por tanto creí que un tercero omnisciente era el mejor para interpretar los eventos en forma equidistante de los actores.
Uno de los conceptos principales que quiero remarcar antes de comenzar el relato es el hecho que “ser actor en matemática” es hacer, equivocarse, discutir desde un fundamento hasta más no sea equivocado, repensar, enojarse y volver a construir y reflexionar, por eso mi propuesta pedagógica se basa en leer en clase el libro, decodificar cada uno lo que interpreta, emitir opiniones, fundamentarlas en bases sólidas o erróneas y volver a revisar para garantizar que lo que se comprende es una construcción de aporte colectivo.
El caso de Ana María es importante porque fue el primero en suceder con estas características, pero no es el único, es más todos los años una o más personas distintas ocupan ese lugar y después de un tiempo de clase se convierten en “actores” autónomos de la materia y comienzan a poder, sin vergüenza y con simpleza, expresarse y opinar en algo que hasta ayer les era totalmente ajeno.

Desarrollo


Primer día de clase, primera hora después de los sabidos y siempre renovados saludos de bienvenida; esto se traducía en una gran expectativa, pero a la vez en un "de nuevo todo esto". Así era el ánimo que embargaba a Ana María, una morena de dieciséis años, de ojos profundamente marrones y sonrisa dibujada a fuego. Toda esa expectación también estaba puesta en la clase siguiente, matemática, ansias mezcladas con ese sabor agrio que le daba saber positivamente que era otra oportunidad más en que confirmaría su desencanto arrastrado desde cuarto grado cuando por primera vez tuvo que recuperar en la instancia de diciembre y después de arduos esfuerzos lo repitió nuevamente en marzo antes de comenzar las clases para quinto grado.
- Bueno, la diferencia es que este año es un profesor varón y quizás pueda divertirme con algo nuevo, no visto hasta ahora. Así le consignaba a su compañera de su izquierda mientras que revolvía y enjugaba su chicle recién puesto para matar la ansiedad.
Antes de lo esperado, el profesor, Julio, irrumpió en el aula; portaba su traje gris claro, característico de los actos de comienzo y de cierre de año, una camisa blanca, muy blanca y corbata gris haciendo juego con sus medias y su reloj pulsera. Mirando el horizonte y a la vez haciendo una mueca de mirar a todos y cada uno de los alumnos, con un claro "buen día", rompió el impoluto silencio que de repente invadió el aula.
- Me gustaría dejar las formalidades de lado, pero hay cuestiones básicas que son impostergables. Julio dijo esto de frente a la clase y giró para estar de cara al pizarrón donde anotó su nombre y apellido y el nombre de la asignatura.
Un murmullo invadió el recinto y entre sonrisas y caras largas se fue poblando la clase de nuevos ánimos para lo que venía.
El profesor había acumulado años de sapiencia e intuía que la mayoría de sus receptores lo iba a recibir con malas caras, malos modos y comentarios desagradables sobre la asignatura y profesores anteriores de la materia, pero sabía también que esta era una oportunidad única, que en ese instante, donde las personas se conocen está la clave para comenzar a resolver cualquier conflicto; entonces, juntó fuerzas para no decir todo aquello que le brotaba, como el "sentate bien", "no comas en clase", y todos los etc. que eran propicios a la hora de trabajar con chicos y enseñarles de todo lo que necesitan y abrumado, inquieto y hasta un poco temeroso se dispuso a empezar con su verdadera clase.
Tomó la silla destinada al profesor (detrás del gran escritorio), la sacó de allí y la colocó en medio del aula; pidió que en el mayor orden posible los alumnos repitieran este hecho y que lo rodearan sentados en sus propias sillas. El desorden duró muy poco porque la situación era distinta y aparentemente había ánimo de compartir algo desde otro lugar, con otra mirada. Así quedó formada una ronda que horizontalizó la situación y que creó un clima de mayor comunicación. Julio sabía que indudablemente los lugares indican posiciones, jerarquías, derechos, y todo lo demás, esta modificación apuntaba entonces, al hecho de poder desarmar algo para poder construir de otro modo sin perjudicar y más aún mejorar la llegada y el trabajo. El conocimiento, a su entender debe hacerse en un marco de reconocimiento de la humanidad de cada uno y cuanto más cerca se está, las miradas, los gestos son más evidentes y el compromiso y el clima generado es mejor.
- Quiero hacerles saber que hay dos cosas que hacen que esté hoy acá frente a Ustedes, la primera es que me apasiona la matemática, me moviliza, hace salir lo mejor de mi persona y la segunda es que amo profundamente mi profesión, ser docente es para mi una realización en sí y siempre voy por más, el solo hecho de ver la iluminación de los rostros de las personas que aprenden, esa sonrisa que se escapa cada vez que alguien aprende es irrepetible y sublime. Saben por referencias que soy exigente, hincha, seguidor, pero lo que quiero por sobre todo que sepan que ello se debe a que es mi idea que aprueben o no la materia, sepan y les sirva lo que veamos aquí. Pero esto, no sirve de nada sin un conocimiento, como personas primero y como actores en matemática de Ustedes, por ello quiero que cada uno se presente, me cuente lo que estime relevante de sí y acote su relación y su gusto o disgusto por la materia.
Uno a uno fueron presentando sus virtudes y carencias, sus afectos y defectos, sus amores y sus odios, hasta que llegó el turno de Ana María.
- Bueno yo quiero decirle que, como persona está todo bien, lo voy a respetar y todo, pero es importante que sepa que la matemática no es lo mío, en mi familia todos nos llevamos matemática siempre y así seguramente va a seguir siendo, porque no me da la cabeza o algo así debe ser.
Julio tuvo que inspirar hondo para no contestar en aquel momento, pero por respeto a los que quedaban por hablar, se reservó el derecho a réplica para usarlo en el momento adecuado.
Cuando la lista de oradores se terminó, Julio hizo una pausa y mirando nuevamente a esa mezcla de horizonte con los alumnos presentes dijo:
- El conocimiento o no de una determinada cosa no es un defecto de fábrica, no hay, no sabemos que exista una predisposición genética a una determinada asignatura, por ello invito a todos los que hoy se pronunciaron en contra de su experiencia anterior, que se permitan una nueva posibilidad, una renovada oportunidad de mirar las mismas cosas que hasta hoy vivieron con hastío con otro cristal, con otra óptica y ver si podemos armar una pareja alumno-profesor que nos permita crear algo diferente.
Hubo tiempo solamente para agregar libro de textos a utilizar, revisar un poco la mecánica de trabajo y a concluir la clase con algunos datos para la siguiente vez en que se verían, cuando el timbre los sorprendió y se disgregaron con rumbos distintos y con nuevos desafíos por delante.
Pasaron los días de clase y el devenir de la materia comenzó a fluir, en algunos más que en otros. Lo que le pareció importante a Julio era el hecho que Ana María había acallado su disgusto y si bien no manifestaba abiertamente su reconciliación con la materia, había indicios de que había comprensión y ganas de trabajar.
- ¿Alguien tiene algo para aportar, para poder pensar este problema que se ha presentado?. Dijo Julio en una de sus clases.
- Yo estuve viendo este problema que plantea el libro el sábado en casa y me parece que una posible solución sería la siguiente...
Un silencio respetuoso y hasta de admiración surgió en la clase, la que había pronunciado esa breve introducción era Ana María.
- ¿Pasa algo que todos me miran?, ya se está mal...
- No, por favor continúe con su pensamiento. Agregó Julio.
- Lo que pasa Any es que vos hayas pensado una solución y un sábado, sorry, pero viste que algo no me cierra. Acotó Evelyn desde su banco.
- Por favor dejemos que la alumna continúe el razonamiento. Indicó Julio.
Y toda la clase asistió a una serie de conclusiones y abordajes del problema que no se podía creer. Ana María había entendido que podía arriesgarse a hacerlo y además lo había hecho bastante bien.
- El sábado no me sentía del todo bien, mamá me trajo un té y me recordó que tenía tarea. En estas condiciones no creo poder hacer mucho, le dije, pero lo hice. Si está bien debe ser un delirio por la fiebre. Comentó Ana María.
- No es necesario que se excuse, tuvo ganas, la obligaron a hacer la tarea, tómelo como quiera; pero el hecho es que la hizo y está muy bien el razonamiento. Hay ajustes que hacer, pero estamos en la etapa del aprendizaje y así es, avanzamos algunos casilleros, retrocedemos otros, pero el resultado es que estamos en mejor posición dentro del tablero del conocimiento (La situación comenzaba a modificarse, es decir, Ana María entendía el tema, y ella no quería dar el brazo a torcer en el hecho de reconocerlo).
Ana María, avanzó un poco más y redondeó la idea, pero se sintió muy expuesta ante el grupo y sobre todo sintió que se acercaba peligrosamente a un hecho que ya era irreversible, estaba razonando y le gustaba, porque llegaba a resultados y podía acercarse sabiendo, aunque más no sea un poco de eso que ella creía inalcanzable por su pensamiento.
La primera evaluación la encontró diciendo:
- Es la primera vez que me saco un cinco, no es aplazo, mis viejos no lo van a a poder creer; supondrán que me copié.
- Cualquier cosa yo te salgo de testigo. Acotó Evelyn que a esa altura ya no la denostaba y tampoco se reía de su postura, entendía la confusión y la alegría que estaba viviendo su compañera y amiga.
Julio las interrumpió:
- Ana, me parece que no tenés que decir nada, seguramente tus padres te han visto estudiar y aquí están los resultados. Lo que espero que la próxima vez festejemos la aprobación, porque el primer paso ya lo diste.
- No se lo crea, debe ser suerte de principiante, siempre las primeras evaluaciones son fáciles, es como la droga, primero te la regalan, después te la venden. Contestó Ana María.
- Esperemos que cambie esa postura tuya, no me gusta que me comparen con un comerciante y menos con un vendedor de droga; lo que es importante es que superaste la hoja en blanco que era un clásico, según me contaste y que por el esfuerzo que has puesto llegaste a una nota muy cercana a la aprobación, pero por sobre todo sabés del tema y se nota por tus intervenciones.
El silencio se apoderó de la clase y solamente se rompió por el sonar del timbre del recreo.
A partir de esta clase se sucedieron situaciones distintas que pusieron en evidencia los avances, pequeños pero seguros de que Ana María estaba estudiando y comprendiendo los distintos temas, sucesivas conversaciones hicieron que la niña se convenciera que sus provocaciones para alterar la paciencia del docente no hacían mella y que éste estaba dispuesto a que ella avanzara en el conocimiento.
Ana María siguió aportando en la clase lo que pensaba y cada vez con mayor solvencia y aplomo, con más seguridad. Esto provocó que ya no fuera asombroso el hecho de que sus notas progresivamente fueron creciendo, también sostenidamente. Su resistencia verbal fue disminuyendo en forma proporcional como aumentaba el aliento y los alagos del profesor para con sus logros.
Una mañana de primavera, cuando a partir de una pregunta de la alumna Sofía, Julio comenzó una explicación en el pizarrón; Ana María, con voz tímida lo interrumpió y dijo:
- Sabe Julio, ahora que lo escucho, me doy cuenta que muchas de las palabras que yo uso para darle clase a Martín las reconozco en Usted cuando da clase.
- Perdón, ¿quién es Martín? y ¿le da clase?, ¿de qué?. Preguntó Julio, mientras dejaba la tiza en el escritorio y se acercaba lentamente hacia la niña.
- Martín es un chico de quinto grado, de primaria del colegio, le estoy dando clase de matemática, ahora estamos repasando proporciones y es un lío y además él es un desastre. A veces me dan ganas de matarlo, por las cosas que dice y como resuelve los ejercicios.
- ¿No será mucho, el hecho de querer matarlo?. Comentó Julio.
- Sí, la verdad es que ahí es donde me acuerdo de Usted y de mí, pero la verdad, no puedo entender cómo no comprende una cosa tan básica. Acotó Ana María.
- Nunca hay que olvidarse del camino que recorrimos nosotros para llegar donde hemos llegado, recuerde su enojo ante la falta de comprensión, su decepción ante los reiterados fracasos y su silenciosa y sostenida construcción para llegar a comprender lo que necesitaba para este curso de la materia. Si recuerda todo eso no le será difícil ayudar a Martín a encontrar su camino para reconciliarse con las proporciones. Replicó Julio.
Ana María prosiguió:
- Una de las situaciones que más me hizo acordar de Usted fue el hecho de ver en la cara Martín reflejado el entendimiento, es cierto me daba cuenta que algo se modificaba en su sonrisa, los ojos se iluminaban de otra manera y ahí estaba, había comprendido.
- Por supuesto que esto es extraclase, aunque forma parte importante de su formación, pero si llega a necesitar algo para mejorar su llegada a Martín o siente que puedo ayudarla en algo en esta etapa, cuente conmigo. Agregó Julio.
- Ya lo sé, de hecho ya conté con Usted hasta ahora. Replicó Ana María al profesor.
- Por sobre todo entrená la paciencia, quizás es una de las cosas que van a darte mayor capacidad de adaptación a cada circunstancia que se presente con cada chico o chica que tengas que ayudar. Y no te olvides que no importa si vos sabés mucho o si tu alumno sabe muy poco, lo importante es lo decidan y puedan construir juntos en el maravilloso desafío del entendimiento. Concluyó el profesor y dándose vuelta prosiguió con la explicación que había pedido Sofía.